viernes, 19 de febrero de 2010

Vacaciones argentinas por la Sierras de Córdoba

Nos fuimos de casa a las seis de la mañana. El cuenta kilómetros del auto marcaba 600 km recorridos y aún no se veía ninguna montaña. Era desesperante. Mi pierna empezaba a mostrar signos de calambre. Siempre la misma postura y la misma intensidad de aceleración. Pasto y más pasto, llanuras interminables y autopistas de infinitas rectas sin ninguna subidita que las alterara. Pero en un momento dado apareció una silueta gris al fondo que denotaba la existencia de unas montañas. Tuve que parar el coche porque estaba llorando de emoción. Después de dos años y medio en Argentina y siempre rodeado de llanuras por fin aparecían ante mí unas montañas de verdad. Nos fuimos acercando lenta y pausadamente al pie de las mismas. Empezamos a subir cuando el kilometraje apuntaba ya 740 km y estuvimos circulando durante una hora y media por las cumbres hasta pasar al otro lado del valle. Las montañas en cuestión son las sierras de Córdoba, su longitud de Norte a Sur alcanza unos 200 km y están situadas en el centro geográfico argentino. Nosotros acampamos en un camping-resort de Los Hornillos, a 900 km de Buenos Aires. El lugar es espléndido y desde la piscina se tiene una imagen única de la cordillera con el cerro más elevado justo enfrente, el Champaquí de 2.884 metros. Se formaron hace unos 11 millones de años y son fruto del contacto entre la placa de Nazca que proviene del Pacífico y la placa sudamericana que proviene del Atlántico, dando lugar también a los Andes que se encuentran a unos 300 km del lugar.

Estuvimos en la parte occidental, la que da a Chile. Es un lugar aún medio salvaje, con ríos de montaña poco profundos, con pueblos con mucho encanto, con muchas calles de tierra y con muchos servicios turísticos de calidad. Para los catalanes era como si estuviésemos en Viladrau, en la cara norte del Montseny. En ningún momento tuvimos esa sensación tan amenazante de la inseguridad urbana con la que convivimos los de capital. No son lugares en donde haya miseria.

En estas sierras se puede avistar el cóndor, ave que se está recuperando en estas latitudes ya alejadas de los Andes (quebrada del condorcito), y con un poco de fortuna se puede ver al puma. Aunque pensándolo bien, y por si acaso, dejemos al puma tranquilo y mejor no verlo ni que nos vea. No fuimos a ningún mirador porque quedaba lejos y vamos con chicos aún pequeños. Quizás volvamos a Córdoba este invierno a visitar a una pareja de amigos que hicimos en el camping. Él tiene ascendencia japonesa ya que su abuelo fue del Japón a Perú salvándose de la segunda guerra mundial y con el tiempo se instaló en el norte de Argentina.

Entre las visitas que hicimos destacaré dos de la parte occidental y otra de la parte oriental de las sierras. En la parte occidental se puede visitar el museo Rocsen (piedra santa en celta) que está ubicado en la población de Nono. Su creador es un francés de Niza llamado Juan Santiago Bouchon. Estudió bellas artes en París, también artes aplicadas en la industria y antropología en la misma capital francesa. Después de recorrer medio mundo se instaló definitivamente en Nono. Su museo es polifacético, tiene más de 27000 piezas de casi 33 temáticas que van desde el cine, la automoción, los insectos, los minerales, la música, animales, etcétera. Sería como un museo Frederic Marès pero a lo grande y con pocas cruces. Tiene tres cóndores disecados, aunque ningún animal llegó allí por haber sido cazado sino por haberlos encontrados muertos debido al granizo. Todas las piezas son donaciones y hay auténticas joyas de la cultura de los siglos XVIII hasta el XXI. Allí toqué mi primer meteorito, una roca negra y fría de unos 10 kilos de peso, vi mi primera cabeza reducida de los indios jíbaros, estuve hablando cara a cara con una momia inca disecada en altura de manera natural sin ningún tipo de tratamiento artificial, en una urna había un trozo del muro de Berlín. Hay partes dedicadas a recrear los espacios vitales del gaucho, del campesino, del aristócrata del siglo XVIII y del burgués de los años 20. Pero uno de los rincones más interesantes fue el del marginado. Este señor recreó en un lugar del museo las condiciones de vida de millones de personas de Latinoamérica, aquellos que viven en los márgenes de ríos contaminados, de basurales y de todo tipo de desechos que el hombre civilizado echa a sus espaldas. En la página web hay buenas fotografías del museo y del entorno http://www.museorocsen.org/rocsen/

Otro día nos subimos al coche para ir a ver una de las cinco estancias jesuíticas de la provincia de Córdoba declaradas patrimonio de la humanidad. Tuvimos que hacer 100 km por carretera en dirección al norte argentino y otros 40 por camino de tierra. Pasamos por el tranquilo pueblo de Panaholma, por donde transitaba el antiguo camino real inca. Las estancias jesuíticas no eran lugares de evangelización, éstas estaban en las misiones, aunque a los esclavos se les tratase como personas y se les bautizase. Eran lugares de producción ganadera y agrícola que pusieron las bases de cómo gestionar en el futuro grandes estancias. Nosotros fuimos a ver la que está más alejada, la estancia de la Candelaria. Llegamos el día 5 de febrero y por tres días nos perdimos la fiesta de la candelaria que se celebró el dos de febrero. ¡Que lástima! Está ubicada en el Norte de las Sierras grandes a unos 1200 metros a de altura. Allí estuvieron los jesuitas desde comienzos del siglo XVII hasta su expulsión por Carlos III en 1776. Esta estancia ocupaba unas 300.000 hectáreas y estaba gobernada por no más de cinco jesuitas que tenía a su cargo 200 esclavos negros que traían del puerto de Buenos Aires procedentes de África. Cuando Carlos III usurpó por decreto las propiedades de los jesuitas para hacer uso de ellas, éstos concedieron la carta de libertad a los esclavos declarándolos hombres libres. No está mal para la época. Uno puede ver con malos ojos a los católicos que vinieron por estas tierras, siempre hay gente así, pero que nadie olvide que allí donde llegó el protestantismo (EEUU y Sudáfrica) la esclavitud reinó hasta bien entrado el siglo XX. Eran sacerdotes de muchos países europeos: franceses, italianos, españoles, catalanes, vascos, alemanes, italianos, etcétera. Y cada uno traía consigo un avance europeo para el bien de esta cultura río platense. Por ejemplo la primera imprenta de Latinoamérica estuvo en la ciudad de los Reyes en 1584 traída por los jesuitas. En las estancias guaraníes la imprenta llegó entre los años 1700 y 1705. Mientras, en la ciudad de Buenos Aires, los gobernantes españoles esperaron hasta el 1780 para traer la primera imprenta. Trabajaron en muchos campos: farmacia, geografía, organización de haciendas, arquitectura, música y canto, pero especialmente destacaron en los saberes de filosofía y teología fundando el Colegio Máximo de Córdoba que daría lugar en el 1613 a la Universidad de Córdoba, la primera del país.
http://www.welcomeargentina.com/estanciasjesuiticas/


Fueron pasando los días entre amigos, asados, caminatas y algún temporal de viento y lluvia y un par de tormentas eléctricas muy poderosas y sobrecogedoras. Al fin llegó el momento de regresar. Volvimos a cruzar las cumbres en coche y nos dirigimos a la ciudad balneario de Alta Gracia. Sería como ir a La Garriga del otro lado del Montseny. Es una ciudad con bellísimas construcciones del siglo XIX y principios del XX de estilo europeo central y de estilo colonial, algunas parecería que las habían traído de La Habana mismo. En esta ciudad visitamos otra gran estancia jesuítica que está en la misma ciudad, fuimos también a visitar el museo del Che Guevara, personaje que vivió once años en Alta Gracia. Finalmente nos dirigimos al chalet de Los Pinillos. En esta casa vivió Manuel de Falla los últimos años de su vida. Don Juan Manuel de Falla dividía su vida en períodos vitales de siete años. Cuando en el 1939 el teatro Colon lo invitó para dirigir unos conciertos decidió quedarse en Argentina para vivir y para morir al cabo de siete años en Alta Gracia en 1946. La casa respira una paz profunda. Está toda rodeada de naturaleza y aún mantiene la pulcritud y el orden con el que vivía el maestro. En nuestra visita estábamos solos escuchando las notas de la danza del fuego de la obra El Amor Brujo. Fue una experiencia de paz que nos fue muy bien para retomar el viaje a Buenos Aires. Indagué un poquito en la obra y en la vida de Falla antes de escribir este artículo y me llevé muchas sorpresas, como por ejemplo que su padre fuera valenciano y su madre catalana. Estoy seguro que Falla sabía hablar el catalán, aunque solo fuera en la intimidad. De hecho su gran trabajo inacabado fue poner música al poema del sacerdote catalán Jacint Verdaguer “La Atlántida”. Que quieren que les diga, planifiqué un viaje sin saber a donde iba y por muchos momentos me sentí como en casa.