“Ninguna ciencia sustituirá jamás al mito, y no se puede crear un mito a partir de ninguna ciencia. Porque no es que “Dios” sea un mito, sino que el mito es la revelación de una vida divina en el hombre. No somos nosotros quienes inventamos el mito, sino que éste nos habla como una Palabra de Dios”
Esta hermosa definición del mito es de Carl G. Jung y su coherencia me ha permitido entender la caída de varios dioses en el pasado mundial, excepto Maradona que siempre fue de otro mundo. Hace ya años, en el Mundial 86, Víctor Hugo Morales, un comunicador radiofónico de la emisora Continental se preguntó así acerca de Maradona: ¿Y tu barrilete cósmico, de qué planeta viniste? Maradona, como buen conocedor de las debilidades humanas por su condición de prometeo desatado del fútbol respondió: “Nací en un barrio privado. Privado de luz, de agua, de teléfono…” y es por eso que aunque fracase en su humana condición de entrenador es salvado por el pueblo porque a los mitos no se les puede matar, se los transforma. Ahora el dios Maradona ha terminado su etapa de director técnico porque los caprichosos seres humanos lo han engañado (Grondona) y traicionado (Bilardo), justo al revés de los mitos antiguos en donde quienes sufrían los caprichos de los dioses eran los humanos. Los futbolistas llevan tiempo ganándose la categoría de mitos en un mundo que los ha convertido en nuevos aristócratas y modelo de la finalidad postmoderna de la vida: tener dinero, lo único que salva. En Argentina todos sueñan con tener un palo verde (un millón de dólares). La imagen del deportista exitoso, el nuevo aristócrata, se hincha en la cultura mitómana para luego vender yogurts, calzoncillos o lo que sea. Por ejemplo Xavi, el del barça, vende naturalidad, humildad y compromiso según su abogado Iván Corretja que gestiona la publicidad de varios deportistas.
Este mes de julio pasado se produjo en Argentina un hecho político que algunos califican de histórico: la aprobación del matrimonio gay. En la Vanguardia del jueves 16 de julio se puede leer que en Argentina la batalla entre modernidad e Iglesia ha sido ganada por la modernidad al aprobarse el matrimonio gay.
http://www-org.lavanguardia.es/premium/epaper/20100716/lvg201007160041lb.pdfPero pensándolo bien, o sencillamente pensando: ¿Realmente es el debate entre la Iglesia y la Modernidad? La modernidad es un diálogo entre la tradición y razón. Tradición que busca rescatar los valores de la antigüedad (Renacimiento); Razón que promete una vida mejor basada en el progreso (Ilustración). Querido Robert Mur, periodista de la Vanguardia que escribes desde Buenos Aires, no es una victoria de la modernidad por la sencilla razón que al combate contra la Iglesia se presentó la señora postmodernidad. ¿Y que es la postmodenidad? Es el tanto da, es el ¿Y a mi que? Y sobretodo es el ir a favor de la opinión de la masa para no ser tildado de facha, de tonto, de raro, de sectario y sujeto de duda en cuanto a la moral colectiva (moral de mores, es decir, costumbres)
La postmodernidad que vimos y seguimos por TV en el Senado argentino tampoco fue metáfora de diálogo ya que sus ilustres señorías se decían de todo. También fuera del hemiciclo hubo gritos, disputas y peleas entre grupos antagónicos.
Estamos en el mundo del “a mi me parece” ya que todo es opinable. Todo es opinable al carecer la vida de esperanza. Como no sabemos esperar no podemos decir que las cosas sucedan de tal modo como las esperábamos, sino que tan solo suceden o hago que sucedan según a mi me convenga. Vivo sin esperanza, luego opino. Yo también estoy a favor de regular jurídicamente las parejas gay porque entre esta relación de amor hay patrimonio, pero nunca será un matrimonio, aunque así le llamen. Pero puestos a legislar, legislemos y que salga lo que salga, tanto da. Mañana a otra cosa y pasado mañana…otro mundial. El Senado argentino aprobó el matrimonio gay porque legisló deseos de adultos y no derechos de niños - la parte débil siempre a proteger - los cuales tienen derecho a tener una madre. Cierto es que una sociedad sana y normal es aquella en que está normalmente en desacuerdo una parte con otra, pero el derecho, que regula la convivencia, es fruto de un proceso de civilización contra barbarie.
La función de madre ¿Puede ser sustituida por la de un hombre, aunque asuma el rol de madre? La palabra de la madre siempre es una palabra de vida diferente a la del padre cuya función es poner más los límites y permitir que la cabeza de los niños no sea una madeja de confusión. Como dice Anselm Grün en su libro el Padrenuestro: “La madre brinda al niño seguridad, confianza básica y el sentimiento de que es bienvenido a esta tierra”. La palabra de madre es palabra de vida, y vida que influye toda la vida, y los hijos, sean adoptados o naturales, lo captan llanamente y sin necesidad de estudiar las obras completas de Freud y sus fieles seguidores. Los legisladores de la postmodernidad saben que apelando a Freud o a un estudio sociológico hecho en Nueva York como palabra de mito suscitan la creencia en el pueblo llano, poco leído (sobretodo de Freud y del inglés) y muy televisivo de que las leyes que tenemos son las mejores que podemos tener.
Las propias mujeres, desde los inicios de la historia, lucharon para resolver el conflicto de la poligamia y lo concretaron en un derecho que garantizara la civilización a través del matrimonio (etimológicamente: mayor calidad de madre). Fue una conquista lenta. El propio Abraham, inicio de los patriarcas bíblicos allá por el siglo XIX aC, estaba casado con Sara y tenía otras mujeres, pero su pueblo avanzó hacia un derecho matrimonial de una pareja de solo hombre y solo mujer. Fue un proceso de la propia civilización. Incluso en el judaísmo es tan importante el rol de la madre que formar parte de su pueblo depende en gran manera, aunque no es la única condición, de haber nacido de madre judía. Está claro que los hijos que nazcan de los matrimonio gay no reunirán esta condición. Hoy hacemos del derecho, que nació para resolver conflictos, un medio para satisfacer un deseo. El gran psicólogo social del siglo XIX, Albert Einstein, ya nos previno que todo será relativo.
La Biblia en los primeros libros nos narra la superación de las mitologías antiguas por una abstracción del sagrado que permite comenzar a superar la etapa del politeísmo y empezar a transitar por un titubeante monoteísmo. En Grecia esta función desmitológica la llevó a cabo la filosofía que dio carta de ciudadano autónomo a los hombres para pensar por ellos mismos su propia historia más allá de sus dioses caprichosos.
Matemáticamente la ecuación a resolver en la cultura postmoderna es imposible porque tiene como mínimo dos incógnitas ( X e Y) en la misma ecuación:
Judaísmo + Grecia = cristianismo
Cristianismo + Ilustración = cultura moderna
Cultura moderna + TV + X + Y = cultura postmoderna
Existe una tesis judía fascinante sobre la redacción de la Torá según la cual grandes partes de las narraciones tienen como autora a una mujer. Es una tesis que no se puede probar, aunque nadie que se haya leído con atención el Pentateuco dejará de advertir que en cada giro importante del texto es una mujer la que actúa principalmente, ironizando sobre el rol del hombre. Para los cristianos, Maria, o también mamita querida, es quién impulsa el ministerio público de su hijo con su palabra, que hasta ese momento iba de juerga en juerga con sus amigachos en lugar de curar y sanar a los pobres desgraciados que vivían entorno a él. Jesús fue también un postmoderno hasta que su madre le dijo de una vez por todas en la bodas de Canaán: sé de una vez quien sós y deja ya de hinchar las...(parece ser que se lo dijo así, en porteño)
El rol de madre lo tiene solo la madre, desde siempre, pero hoy existen muchos mundos posibles y todos conviven en éste (frase de Hermann Hesse). Pido permiso para que, a pesar de haber sentido que perdí algo en la histórica decisión del Senado, una ley al menos tan progresista que se olvidó hasta de la mujer, me reconozcan que no fue el debate entre Iglesia y Modernidad. Lo que pienso lo he pensado, aunque pueda parecer una mera opinión más de este mundo a veces imposible para el sentido común.